Por Mónica Silva
Hace poco me topé con una frase que dijo María Félix: “Soy feminista, en el sentido de que quiero que la mujer progrese, no de que la mujer se quiera parecer al hombre”.
Y esa frase, sobre todo el final, me recuerda a tantas mujeres que he conocido que “se masculinizan” en el poder y siempre me cuestiono: ¿por qué tratar mal a su mismo género? Y… ¿cuál poder?
Muchas mujeres se vanaglorian de ser aliadas de las mujeres, de apoyar y luchar por sus derechos y de buscar siempre su empoderamiento, incluso, promueven la sororidad, pero increíblemente las sorpresas llegan cuando ocupan un cargo.
Su forma de liderazgo al ocupar cargos de alta posición jerárquica se funde en otra forma de violencia contra sus colaboradoras, conocida como la masculinización de las mujeres en puestos de poder, porque llegan a puestos importantes y actúan como hombres para mantener sus posiciones, muchas veces porque no han sanado sus heridas del pasado, sus bloqueos emocionales y porque suelen estar inmersas en dinámicas de socialización que privilegian códigos masculinos.
En muchas ocasiones estas mujeres socializan en ámbitos en los que los preceptos de género las incita a copiar o imitar prácticas que resultan violentas contra ellas mismas. Así que se ocupan, también, en tratar de hacer menos a otras mujeres, reproducen chismes y chistes sexistas, las humillan y denigran; otras también las ridiculizan, desvalorizar su capacidad intelectual y las valoran sólo en virtud de estereotipos de belleza, además de otras múltiples expresiones de violencia simbólica en contra de las mujeres y, que tal vez, consideran rivales en la búsqueda de atención masculina, para eliminar a la competencia y es ahí donde vuelven a surgir la pregunta: ¿cuál competencia?
Si un organismo, empresa u oficina con diversas jerarquías, está conformada justamente por diferentes acciones y funciones, que si cabe la lógica laboral, ética y profesional nadie competiría y sí, en equipo se lograrían más y mejores resultados. Además de que, quienes ocupan esos altos puestos, deberían tener mejores cosas qué hacer y en qué ocuparse.
Buscaba estadísticas de mujeres violentadas por mujeres, pero al parecer no hay tal, se categoriza como violencia sicológica, violencia laboral y violencia simbólica, sólo hay estadísticas de violencia ejercida hacia las personas del género opuesto al agresor. Entonces, si una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia, no nos queremos imaginar cuántas mujeres sufren violencia por su mismo género. Si pensamos en la cantidad de oficinas de gobierno existentes en cada municipio, estado o país, o en cada micro, pequeña y media empresa, y adicional a lo anterior, que sea liderada por una mujer que violente a sus colaboradoras.
Ahora volvamos a una de las dos preguntas iniciales, sobre el poder. ¿Qué es? El poder es la capacidad para subordinar a otras personas o para dominar una situación o de imponer el mando ante un grupo de personas o ante una circunstancia en particular; y no sólo puede ser ejercido por una persona, sino por varias o por instituciones. ¿Pero cuánto dura el poder? Esa pregunta se la deberían hacer todas las personas con esa capacidad. ¿Cuánto les va a durar? ¿Vale la pena maltratar a quienes realmente hacen el trabajo? Y esto sin hablar de la gran brecha salarial.
En el mundo godín, déjenme les digo y, lamentablemente me atrevo a decir, es el pan nuestro de cada día. Está bien que “tengan el poder” (por ahora), ¡bravo!, aprovecharon la oportunidad, ¡lo lograron!, pero lo que no está bien es que violenten a su mismo género.
Lo cierto es que, como lo cita Yoali Pérez Montesinos en su texto Las mujeres reproducen violencia de género: “La violencia de género que operan las mujeres se vuelve contra ellas”.
Crédito: Imagen de la Mujer, Excélsior. Monica Silva @desertique