“Más sabe el diablo por viejo que por diablo”
Polarizando, polarizando y que siga la mata dando. Ya tenemos en la Ciudad de México polos determinados por dos coaliciones en el Imaginario Colectivo digital, interpretado como un espejo magnificado y anónimo (en muchos de los casos), de lo que nuestra sociedad refleja. Se evidencia la polaridad, entre los que pagan impuestos y los que reciben subsidios; entre los que se viven como demócratas y los que se piensan como populistas; entre dos grupos que deberían tener un mismo bien común: la familia mexicana, con las características que nos han distinguido como raza, cultura y etnia ante el mundo. Esto nos resignifica como una nación dividida como muchas otras en la historia universal, que ya todos conocemos. Reflejamos dos naciones dentro de un país.
Increíble que nuestra polaridad, promovida por las instituciones a su medida egocéntrica y promoción de poder, haya rebasado toda razón humana, incluyendo la empatía y la congruencia social, para dejarnos en dos tierras separadas por un abismo ideológico, que lo menos que desea es un bien común como país, mucho menos un bien como nación en la Representación Social que proyectaremos al resto del mundo.
Inconsistencia se llama el verbo que nos representa. Incongruencia el adjetivo que nos califica como nación. Sin sustantivo, porque este debería ser México, el México que hemos perdido en aras de manifestaciones narcisistas y egocéntricas, que solo han convertido a nuestro mundo ideológico-cultural en polos divididos en pos de una necesidad sociopática de separar a la familia. Esto sin contemplaciones emocionales de las consecuencias que nos acarreará una nación dividida. Inevitablemente estamos divididos en nuestros valores tradicionales añejos y característicos que nos han diferenciado de otras culturas, para convertirnos en sujetos cuyo simbolismo nato esta dividido por la política. Seremos dos mundos polarizados que no se identifican con la raíz de lo que siempre hemos sido. Simbólicamente, la política amenaza nuestra identidad intrínseca como cultura en aras de ideologías políticas separatistas.
El proceso electoral se anuncia con el tono emocional con el que se narra una pelea de lucha libre. Un espectáculo que solo promueve la rivalidad y el miedo entre lentejuelas que destellan como luces del infinito, maquillajes multicolores (que no los de nuestras Patria), que disfrazan la realidad, como armas letales entre dos contrincantes obligados irremediablemente a triunfar o fenecer en el dolor inconsciente al que le huimos: el olvido.
¿Quién sería el nieto de esta abuela? O más bien, ¿tiene abuela?